lunes, 16 de noviembre de 2009

E el puerto de mis recuerdos


Ya había acabado de fumar el último de los cigarrillos que aguardaban inmóviles en aquella cajita de aluminio con motivos navideños y una botella de pisco yacía seca en ese rincón inhóspito que quedaba justo en la orilla entre la mesa de comedor y el sofá de cuerína negro tan cómodo que se situaba junto al ventanal desnudo de cortinas. De pronto quedó quieto, casi sin respirar en el umbral de su cuarto, y de dos pasos quedó anclado a la cama matrimonial que más damiselas de las que recordaba habían conocido. Entonces quedó ahí, con la cabeza hundida entre cojines y los pies descalzos colgando hasta que yo aparecí entre sus recuerdos y no pudo hacer más que romper en llanto.
Hace dos años que no nos conocíamos pero nos sentíamos tan cercanos que podía oler su perfume en mitad de las noches cálidas de verano en el puerto de nuestros amores. Cada vez que las pesadillas reinaban en mi y hacían que me despertara de golpe y cada vez más asustada, evocaba su nombre y casi podía sentir cómo sus brazos me rodeaban y su voz melodiosa me susurraba bellas palabras y en el vaivén de su recuerdo podía conciliar otra vez el sueño.
Aquella noche estaba yo recostada en el sofá de mi cuarto infantil y oculta entre sus tonalidades rosas pretendía escapar de su recuerdo, del martirio que me provocaba cada dos por tres agarrar mi celular y marcar su número, y cada vez que eso sucedía, me controlaba haciendo memoria de aquel fatídico poema en dónde no hacía más que hablar de mi sin necesidad de mi nombre, llamándome la “mina feisuc” o la “caprichosa repudiable”, la que le despertaba intencionalmente deseos y se la pasaba la vida entera pegada a su celular… Y entonces no, me contenía de las lágrimas y me hacía ver más fuerte de lo que realmente soy. Fue así como en ese sitio eriazo en mi mente me contuvo tantas veces de volverle a llamar.
Recordó aquella noche maligna quizás en la cual me llamó para concordar la tan esperada cita, la noche en que me llevó hasta su acogedor hogar de transición, porque si, estaba claro, ya no podía estar más en su casa y pronto se tenía que largar por fin… Recordó el momento en que la cajita de aluminio estaba llena, en la noche aquella que los plátanos fueron nuestro banquete o la otra, en que limones con sal fue nuestro festín más exquisito de la vida entera… Y obvio, me recordó tan pequeña y gigante a la vez, maligna y santa… tan pura y diabla. Echado sobre la cama se quedó dormido entre sollozos y ganas de olvidarme completamente, de no hacer memorias estúpidas, de no pensar en charlas decoradas de hamacas y columpios y de tratar de aquella estúpida manera no hacer mención siquiera del real daño que me causó.
Yo por otro lado, aún yacía en el sofá de mi cuarto, agarrada a una almohada para no sentir que caía a un vacío abismal. Y entonces todo fue más claro que antes, es que de esa forma fue que comprendí que me llamaba con la mente, con el pensamiento, con el corazón… porque entendió que aquella noche en que encontré puertas abiertas y otra chica durmiendo a su lado, no fui yo la del engaño ni la equivocación, y es que fue él y nadie más… Me fue tan claro esta vez que dejé de sentirme mal y comencé a odiarle con todo lo que me quedaba de corazón.
A su vez, él también lo comprendió que no era yo la niña con el alma tatuada que viste de jaguar sino que era él, sólo él con inestable andar e incoherente habla… él con ese extraño y asqueroso olor a alcohol.








Es mi historia... y en mis historias las cosas pasan como io quiero que pasen... no es necesario que comentes nada, no es necesario recordar el pasado, pero piensalo... Verás cuanta razón tengo

1 comentario:

La Banda... dijo...

Los Puertos... esos miticos lugares, para andar mil noches de carnaval o muy maldito por sus rincones, aun asi, muy queridos...

un abrazo!!!!